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Las mujeres que destaparon la verdad sobre La Escombrera


Sentada en una silla de ruedas en el salón Tejiendo Memoria, de la Fundación Obra Social de la Madre Laura, anexo al convento de la misma comunidad de la santa colombiana, la hermana Rosa Emilia Cadavid dice no entender la guerra, pero afirma que sí tiene claro que “quien tiene un familiar desaparecido, sufre toda la vida”.

Ese no entender la guerra, en sus labios, cobra especial relevancia porque lo dice una mujer que la ha vivido en tres zonas donde esta se ha expresado con especial virulencia: el Magdalena Medio, en tiempos de Ramón Isaza, cuando empezaba el movimiento paramilitar en Antioquia; luego en el Urabá antioqueño, donde las masacres en la zona bananera prácticamente eran la noticia diaria de primera página en los diarios colombianos; y al final de los tiempos, en la comuna 13 de Medellín, donde según el jefe del Bloque Cacique Nutibara de las Autodefensas, alias “Berna” (Diego Murillo Bejarano), hay unos 300 desaparecidos sepultados.

-Del Magdalena Medio me tocó salir por amenazas, después me fui a Urabá y también me iban a matar, y luego vine a dar acá (a la comuna 13)... la guerra me persigue en todas partes-, sostiene la monja, a quien pese a todo, a tantas vivencias, aún le talla el dolor.

Y cada cosa “mala”, por pequeña que sea, que le pasa a su gente, le duele igual que la más grande. Por eso entiende igual el dolor de la anciana a la que le mataron al nieto, que el de la madre a la que le asesinaron varios hijos y hasta le desaparecieron alguno.

La hermana Rosa Emilia está ligada al sufrimiento de las Madres caminando por la verdad, un colectivo de mujeres, entre madres, abuelas, hermanas y viudas de personas desaparecidas de la comuna 13, que lograron lo impensable: que el Estado oyera su clamor y abocara el proyecto de buscar a sus allegados.

Esos que por estos días se buscan en el Polígono Uno de La Escombrera, cuyas excavaciones se iniciaron el miércoles pasado, inicialmente por cinco meses que, se espera, sean menos, según ha dicho el consejero para la Reconciliación y la Paz de la Alcaldía, Jorge Mejía Martínez.

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-Hoy me levanté con una alegría en mi corazón, como con la esperanza viva de que estas mamás y viudas encuentren a los familiares y un día puedan tener tranquilidad en sus corazones-, dice Amparo Cano, una de las líderes de este grupo de mujeres valientes, que llevan trece años impulsando la búsqueda de la verdad del horror de su comuna, que parece estar oculta en la llamada fosa común urbana más grande de Colombia y que algunos ni llaman fosa sino simplemente depósito de cadáveres.

Lo afirma doña Amparo en una ronda en los momentos previos a las excavaciones, un taller en el que ellas, una a una, expresan lo que sienten y lo que esperan y también hacen sugerencias frente a lo que se viene. Se desahogan.

En la zona de excavación, los investigadores y obreros remueven la tierra mientras a ellas se les remueve el corazón, los sentimientos.

-En este camino mucha gente perdió la esperanza. Pero yo les insistía, les ponía el ejemplo de una montaña a la que arriba se le ve la cumbre y vamos caminando hacia ella. Apenas vamos en la mitad y hay que tomar la decisión de seguir o devolverse. Pero mientras tengamos la cumbre arriba siempre hay que mirar a ella y seguir, esto apenas está comenzando.

Es la voz de la hermana Rosa Emilia, que en los tiempos más cruentos de la confrontación en la comuna 13, cuando los paramilitares empezaron a llegar a la comuna 13 para enfrentar a las Milicias Urbanas del Eln para expulsarlas de un territorio en el que estas ejercían su dominio e imponían sus “leyes”, fue el motor que les avivó la llama de la esperanza.

-Hicimos talleres para sobrevivir a las balaceras, nos tomábamos las calles, en la cancha de Villa Laura hicimos almuerzos y ollas comunitarias, actos culturales y convites, la idea era que no nos íbamos a morir de miedo-.

Fue ese paso a paso el que fue forjando las bases del colectivo de mujeres que en el último mes se ha hecho visible por su lucha y fortaleza para no desistir en la esperanza de que el Estado tomara la decisión de buscar en La Escombrera los cadáveres de sus seres queridos asesinados y desaparecidos por los grupos en conflicto en la comuna 13.

-En este proceso pocas han llegado hasta donde llegamos nosotras. Hemos tenido el acompañamiento de Movice (Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado), la Corporación Jurídica Libertad y la Obra Social de la Madre Laura. Es un camino en el que muchas se quedaron por temor, otras porque no les gusta, otras porque son madres cabezas de hogar o trabajan y no tienen tiempo para esta lucha, pues esto conlleva muchas cosas y requiere compromiso-, detalla Luz Elena Galeano, una de sus líderes principales y quien asume la vocería por ellas cada que hay que explicarles a los medios de comunicación algo de fondo sobre el proceso de búsqueda y excavación.

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“El que estemos hoy aquí iniciando la búsqueda de nuestros familiares es el resultado de 13 años de lucha y resistencia. Son muchos los momentos que hemos vivido en la organización Mujeres caminando por la verdad en busca de la dignificación de las víctimas y el reconocimiento de nuestros derechos a la verdad, la justicia, la reparación integral y las garantías de no repetición”.

Con esta especie de manifiesto, este colectivo de mujeres tristes y valientes se hizo plenamente visible ante el país el pasado 27 de julio, cuando la Alcaldía y la Fiscalía daban inicio al proceso de excavaciones para buscar la verdad en La Escombrera.

Cada una llevando a cuestas la cruz de una historia de dolor.

Doña Margarita Restrepo, el recuerdo de su hija Karen Vanessa Restrepo,desaparecida el 25 de octubre de 2002 y a la que en un sueño -dice ella- Dios se la mostró vestida de rosado, descalza y hundida en un barrizal como para quererle decir que no la esperara más viva que Karen ya andaba en el “reino de los cielos”.

La propia Luz Elena Galeano, que desde el 9 de diciembre de 2008 no ha podido olvidar un segundo a su esposo amado Luis Javier Laverde Salazar, que ese día fue bajado de un colectivo en el que iba para su casa después de una larga jornada de trabajo y de quien recuerda su bigote y el inmenso amor que profesaba por sus hijas.​

Y así... cada una cargando con su procesión, pero sin desfallecer en la esperanza de que al menos el hallazgo de un cadáver les dé tranquilidad o cualquier cosa, menos el olvido o la incertidumbre de lo que pudo pasarles a sus seres queridos desaparecidos.

Cada día se les ve en una carpa de La Escombrera abrazándose, contándose de sus penas y sus esperanzas, a veces llorando, a veces compartiendo una sonrisa, y con la mirada fija en la montaña de tierra que ahora escarban las retroexcavadoras en la búsqueda de los cadáveres, en un hecho que reivindica en parte a Medellín por la indiferencia que mostró frente a este tema en el pasado.

Todas llevan una camiseta blanca, una foto de su ser querido, una historia de dolor, una esperanza y un nudo en la garganta que solo desaparecerá cuando, si hay “suerte” en las excavaciones, aparezca el cadáver de ese que un día se esfumó de sus vidas sin dejar el más mínimo rastro....

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